Solamente desde una actitud de no-juicio, de aceptación, de observación y de profundización de todo aquello que surge en nuestro interior, seremos capaces de discernir entre lo real y lo ilusorio, entre lo permanente y lo impermanente, y dar ese salto cualitativo hacia la Experiencia de la Verdad siempre presente en nuestro interior.
Sólo la observación e indagación de las emociones, en primera instancia, con las cuales nos encontramos día tras día, puede ayudarnos a que la Verdad que éstas ocultan a simple vista, se revele en todo su esplendor y nos lleve de vuelta a nuestra naturaleza más profunda y auténtica.
Solamente somos capaces de experimentar dos tipos de emociones: amor o miedo. Únicamente la primera es real, mientras que la segunda es tan sólo una ilusión: la simple negación del Amor mismo.
Todos deseamos esa Paz, ese Amor, y esa Felicidad incondicionales por las que tanto nos esforzamos por alcanzar, ya sea a través de medios “terrenales” o “espirituales”. Oscilamos constantemente entre el apego y el rechazo, el amor y la aversión, el deseo y la evitación, de todo aquello que pensamos que o bien nos ayuda a alcanzar nuestro objetivo, o bien nos lo impide. Pero tan sólo nuestros propios juicios y actitudes de rechazo y lucha constantes, y de aparente separación y carencia de esa Paz profunda que tanto anhelamos, nos hacen experimentarnos cómo separados de Ella. Y paradójicamente, sólo a través de una actitud y una consciencia pacífica podremos Realizar esa misma Paz que anhelamos.
“No hay caminos hacia la Paz. La Paz es el Camino”. (Gandhi)
Resulta paradójico que simplemente observando, escuchando y atravesando pacífica y ecuánimemente todas aquellas sensaciones, impresiones y emociones que tanto conflicto nos provocan, es cómo podremos liberarnos del conflicto que creemos experimentar. El miedo al abandono, por ejemplo, nos habla de un intenso deseo y reconocimiento de que lo que queremos experimentar es tan sólo esa sensación de constante unidad, cercanía y amor con el objeto de nuestro amor o miedo, ya se trate de nuestra madre, nuestro padre, un amigo, nuestra pareja o Dios o el Amor mismo. Si escuchamos atentamente y sentimos profundamente ese miedo(o la emoción de la que se trate: ira, rabia, tristeza, frustración, culpa, etc.), nos daremos cuenta de que nos habla con fervor de lo mal que nos sentimos frente a esa posible experiencia de separación del objeto amado o de sentir plenamente ese Amor. Se trata de nuestro propio Niño Interno y herido hablándonos de aquello de lo que se siente privado, o teme serlo, y de aquello que anhela tan profundamente experimentar.
Escuchando y atendiendo nuestros miedos y emociones más conflictivas sin juzgarlas, seremos capaces de reconocer nuestros deseos más profundos.
Por ello, cuando atendamos nuestra emoción, por muy dolorosa que sea, tomaremos consciencia de qué es lo que ésta, en nuestro propio nombre, nos está pidiendo.
¿Qué mejor opción nos queda que, en lugar de luchar constante y eternamente por su atenuación o desaparición, logremos atenderla y escucharla, y poder ir juntos hasta nuestro Corazón, dónde la Paz, el Amor y la Felicidad nunca han estado ausentes?
A esto es a lo que Ramana Maharshi se refiere con su consejo de “seguir a los pensamientos hasta su Fuente”. Por eso se nos dijo “No resistáis al mal” (Jesús) y “Lo que resistes, persiste” (Jung). Y es por eso que, al final de la trilogía de la película Matrix, Neo no encuentra la liberación hasta que al enfrentarse con el más temible de sus enemigos, el Agente Smith, elige dejar de luchar con él, aceptándolo totalmente tal y cómo es y en todas sus acciones y deseos. Ello produce inmediatamente su total disolución e integración en la Luz de la que ambos forman parte: la Iluminación de la totalidad de la Consciencia.
Respira, siente y observa serenamente tus emociones, y PERMÍTETE descansar en la Paz del Océano que se oculta tras el bravo oleaje de la superficie.
Cualquier técnica de meditación, relajación y autoindagación, debidamente empleada, así como cualquier espacio o instante que nos permitamos de atención plena de nuestros estados internos, puede conducirnos a esta toma de consciencia profunda de Aquello que realmente Somos, y que nos espera con infinita paciencia tras todos nuestros temores y conflictos. Se trata únicamente de respirar, descansar y entregarse sin miedo, sin expectativas, sin juicios ni condiciones, a la experiencia de nosotros mismos en cualquier momento dado, abiertos al aprendizaje que descansa serenamente bajo la superficie de nuestros pensamientos, juicios y actitudes de rechazo de esas experiencias emocionalmente intensas que nos acompañan en cada paso de nuestras vidas. Lo mismo que a nuestras emociones, es igualmente aplicable a las sensaciones físicas o energéticas y a los pensamientos. Se trata fundamentalmente de no aferrarse ni rechazar, de no apegarse ni huir, sino simplemente observar y aceptar incondicionalmente todo aquello que sentimos y pensamos, permitiendo que todo descanse y se reintegre en su debido lugar: la Paz de nuestro Corazón.
Abraza pacíficamente tus miedos, y permíteles que éstos te guíen más allá de tus propios juicios de limitación y carencia, hacia el Amor que Somos.
Sólo a través de esta consciencia pacífica y amorosa, sin juicio, tensión o rechazo, de total aceptación de aquello que sentimos, de escucha profunda de nuestras emociones más oscuras y de nuestros pensamientos más atemorizantes, podremos realizar un viaje de vuelta hacia su propia fuente, nuestra Mente, y hacia la Fuente de ésta, el Corazón, en el cual reside la Consciencia permanente del Amor. En Su regazo nada puede permanecer separado o desatendido, nada nunca ha faltado y en su interior todo cuanto siempre hemos anhelado y aspirado a Ser y experimentar, siempre ha estado presente, esperando a nuestro recuerdo y aceptación. Siempre presente, paradójicamente justo detrás de nuestros mayores temores, con los cuales hemos luchado tan arduamente. Sin saber que detrás de la neblina que nos impedía verlos con claridad, detrás de las trincheras tras las cuales se ocultaban, que parecían hechas de espinas, pero que en realidad eran tan sólo hermosos rosales, detrás de nuestras propias ilusiones de separación y carencia, y detrás de nuestros gritos de agonía y desesperación, se encontraba la Eterna Llamada, el Canto Infinito al Amor, la Paz y la Felicidad que tan incondicionalmente, tras todos nuestros cantos de guerra, nos esperaban con los brazos abiertos al Reconocimiento de nuestra inalterable e inexpugnable Unidad con Su Esencia.
Jorge Pablo Pérez
Artículo publicado en la Revista VERDEMENTE, nº168, Mayo de 2013