(Artículo publicado en la Revista ESPACIO HUMANO nº183, Marzo 2014)

Ese Amor, esa Paz, esa Plenitud que tanto anhelas, ya se encuentran en ti. Tan sólo con que te aceptases plena e incondicionalmente y te permitieses contemplarte a ti mismo tal y cómo realmente eres, permitiéndote ser y sentir quien realmente eres,  sin juicio alguno en tu mente, no existiría en ti ninguna duda acerca de la plenitud que eres. No se trata de pensarlo o imaginarlo, sino simplemente de abrirse a sentirlo, a sentirte, plenamente, sin juicios.

Tan sólo con que te permitieses Ser quien eres en este instante experimentarías que todo cuanto realmente eres ya es perfecto. Comprenderías que ya gozas de una plenitud que no puede verse amenazada o alterada en lo más mínimo por nada que ocurra en tu vida, en tu mente o en tu cuerpo. Si tan sólo eligieses estar en paz contigo mismo en este instante, cada instante de tu vida se revelaría ante ti con una paz tan profunda y plena que ningún pensamiento de miedo o de conflicto podría alterarla en lo más mínimo. Si tan sólo escogieses amarte a ti mismo incondicionalmente, no existiría condición, ni circunstancia, ni acontecimiento alguno que pudiese arrebatarte o condicionar en lo más mínimo la experiencia del Amor que estás buscando.

La experiencia de esa Paz, de ese Amor, de esa Felicidad que ya mora en tu interior está siempre a tu alcance más inmediato. Está ocurriendo en este mismo instante, en cada instante. Es únicamente en tu consciencia donde parece no ser así. Esto parece ser así únicamente porque tú mismo has elegido mantenerte a ti mismo separado de esa experiencia en tu propia consciencia. Has pensado e imaginado ser tan sólo una limitación, una experiencia limitada y condicionada, de esa Paz que mora en ti y que siempre eres.

Eres tú quien se está haciendo todo eso a sí mismo, manteniéndote separado de la Paz y del Amor que es tu Fuente y tu única realidad. Nada en absoluto, ninguna de tus creencias, pensamientos o emociones, ninguna de tus experiencias en la vida, ni aquello que crees acerca de tu pasado, de tu presente o de tu futuro, de ti mismo o de los demás, de la vida o del mundo, puede separarte en lo más mínimo de la auténtica naturaleza de tu Ser: pura Dicha, Amor perfecto y Paz inalterable. Más cuando crees que tu plenitud se encuentra en algún momento o lugar distante en el tiempo y en el espacio y alejada de ti en este instante, experimentas ese estado de separación como si fuera real. Pero toda esa experiencia tan solo parece tener lugar debido a un simple juicio que albergas en tu mente, a veces tan imperceptible y sutil para ti que lo pasas por alto.

Se trata del juicio de que eres indigno de toda la paz, el amor y la felicidad que tu mente es capaz de imaginar en este instante. Más si tu mente es capaz de imaginar esa experiencia en este instante y de pensar en la posibilidad de que ese estado de absoluta dicha y plenitud exista es porque ese estado ya se encuentra de alguna forma presente en ti y en tu consciencia. Aunque parezca que se encuentra en tu mente tan sólo como una posibilidad y no como un hecho, si pudieses aceptar esa posibilidad como algo real y abrirte a la experiencia de esa posibilidad, aquí y ahora, no tendrías dudas acerca de su existencia en este mismo instante.

Las posibles experiencias parecen ser infinitas, pero si observas lo que sientes con total honestidad en cualquier momento dado, te darás cuenta de que solo existen dos posibilidades, dos experiencias: una de plenitud, de dicha, de paz, de amor; y otra de conflicto, de miedo, de dolor o de carencia. Eres tú, en cada instante, quien está eligiendo cuál de esas dos experiencias tener. Cada una dependerá de cómo te estés juzgando a ti mismo y de lo que pienses que eres digno.

No importa lo que estés experimentando como efecto de esos juicios que albergas, ya sea miedo, sea dolor, sea culpabilidad o cualquier clase de malestar mental, emocional o físico. No te juzgues a ti mismo de nuevo por haberte juzgado erróneamente, ni luches contra aquello que sientes y experimentas, pues aquello que sientes te ofrece la oportunidad de darte cuenta de cómo has elegido verte a ti mismo. Escucha y atiende lo que sientes en paz, y así podrás sentir esa paz que sigue estando presente en cada instante. Dándote esa paz a ti mismo, sea lo que sea que sientas o pienses, estarás deshaciendo el error de raíz.

Todo cuanto contemplas y percibes es un reflejo de tus propios pensamientos. Si percibes que algo o alguien te está arrebatando esa paz que anhelas o que está provocando que experimentes su ausencia o que experimentes conflicto, es únicamente porque te has juzgado a ti mismo de antemano como carente e indigno de esa paz. Si experimentas dolor porque percibes que alguien no está siendo amoroso contigo es únicamente porque tú has decidido verte a ti mismo como carente de amor.

Si puedes darte cuenta de la necesidad que estás proyectando en el otro y de cuya satisfacción haces al otro responsable, dándote cuenta de que eres únicamente tú quien está eligiendo sentirse así, podrás tomar consciencia de aquello que te has negado. Si puedes abrirte a amarte incondicionalmente en cada instante, sientas lo que sientas, te estarás abriendo a deshacerte de todas las condiciones que le has puesto a la experiencia de esa paz, o de ese amor, o de esa felicidad que anhelas sentir y de cuya presencia o ausencia haces responsables a los demás.

Este cambio de percepción con respecto a ti mismo conlleva que todos los juicios que albergabas sobre la otra persona o sobre la situación, cuando pensabas que no te estaba brindando paz o amor, sean intercambiados de manera natural por ese amor que ahora sí te estás abriendo a darte a ti mismo y por lo tanto a sentir plenamente. Desde ese amor al que te vuelves plenamente receptivo podrás contemplar amorosamente todo cuanto te rodea y así enseñarle al otro, mediante el ejemplo, esa misma lección que tú te has abierto a aprender: que todo cuanto deseas alcanzar ya se encuentra en ti.

Desde ese amor y esa plenitud no sólo estarás sanándote y liberándote a ti mismo de toda limitación y carencia, sino también a los demás, al compartir tu percepción de tu propia plenitud y de la suya con ellos. Pues sólo estando en paz con el otro tal y como es podrás estar en paz contigo mismo tal y como eres, y viceversa.

Contempla todo cuanto veas desde esa paz, desde ese amor al que te vuelves totalmente receptivo, reconociendo en cada instante que eso es todo cuanto deseas experimentar y liberando a dicha experiencia de cualquier obstáculo o condición que hayas querido imponerle. Y viendo en el otro ese mismo amor sin condiciones y esa paz inalterable y abriéndote a contemplarte y a contemplarlo todo sin juicio ni limitación alguna,  podrás ser cada vez más consciente de que ese amor ya está en ti y en todo cuanto contemplas.

Todo ataque, todo miedo y todo sufrimiento no es más que una petición de amor y la expresión y el resultado de haber negado que la experiencia de ese amor sea posible, aquí y ahora. Por lo tanto nuestra única función es poder abrirnos a contemplar toda situación y toda experiencia, sea en el otro o sea en mí, desde los ojos del amor y de la paz, recordando que el amor es nuestro único propósito y que ninguna condición ni ninguna circunstancia pueden amenazar su presencia.

Jorge Pablo Pérez

Artículo publicado en la Revista ESPACIO HUMANO nº183, Marzo 2014, Madrid.